He recibido de un buen amigo, un artículo sobre la mejor cerveza del mundo según el New York Times y publicado en el diariosur.es (M. Montoro, Madrid, 18/08/2013). Me ha parecido interesante difundirlo, el artículo dice así:
Prohibido planchar, esta cerveza sabe a vino
Considerada una de las mejores referencias del mundo, la Abbaye de Sant Bont Chien es posible gracias a un concurso de televisión y meses envejeciendo en barricas.
Esta historia tiene todos los ingredientes que uno quiera añadir. Los límites los pone la propia imaginación. Esta es la historia de un sueño cumplido. Sí, de esos que echan por la televisión y uno se pregunta si no estaremos ante otro montaje. Y es que de ahí surgió, de un programa, la llama que desde 1997, sin detenerse ni un solo día, da fuego directo a la caldera de cocción del elixir con el que Jérôme Rebetez, el protagonista de la historia, hizo realidad ‘El sueño de los 20 años’ (‘Le rêve de vos 20 ans’). Porque así se llamaba el concurso de jóvenes emprendedores que la televisión suiza puso en marcha en la década de los noventa. Se presentó y ganó. Y con el premio decidió montar, entre valles y vacas, una fábrica de cerveza en el cantón de Jura, cerca ya de la frontera francesa. La Brasserie des Franches Montagnes (BFM a partir de ahora) destila toda la creatividad de la que Jérôme, un enólogo reconvertido en cervecero, es capaz.
¿Qué tiene de particular su fábrica? Pues, para empezar, que de convencional no tiene nada. Tal parece que en ese gran almacén, en el que te recibe una barra de bar, mesas y bancos corridos, un futbolín, sofás que se han quedado viejos de casa de la abuela y unos cuantos recortes de prensa en las paredes, se han reunido un grupo de amigos a hacer cerveza para consumo propio. Y en realidad, en el inicio de los tiempos, la producción era testimonial, las técnicas a emplear, las más tradicionales de la cerveza, pero también del vino. Porque Jérôme envejece sus bebidas en barrica, para que adquieran los matices necesarios que hagan que sus caldos se alejen de las normas que fijan el mercado. Y así, a su ritmo, ha conseguido colocar en el mapa a la BFM.
Claro, que sería injusto no reconocer que el empujoncito (o empujón gigante) se lo dio el New York Times en 2008. El 7 de enero de ese año comenzó a escribirse la nueva historia del sueño hecho realidad de Jérôme. Ese día, el NYT calificó una de sus referencias como la mejor cerveza del mundo, lo que supuso que la producción se multiplicara, aunque no al ritmo de la demanda (se producen 20.000 litros al año). Que, ahí sí, Jérôme se detuvo y se dijo “mantendremos inalterable el espíritu de la BFM”. La Abbaye de Sant Bont Chien (léase la Abadía del San Buen Perro) no es una cerveza al uso, ninguna de las que allí se producen lo son, pero esta tiene unos matices que no es que la haga especial, es que la hace diferente, muy diferente. La descripción más simplona que se puede encontrar de ella es que es cerveza con sabor a vino, de 11 grados, que antes de embotellarse reposó doce meses en madera. Es una mecha que activa todas las papilas gustativas, de ahí que nada de trago corto; un buen trago que empape toda la boca. Se vende en botellas de 75 centilitros, y con su añada, como el vino, a unos 18 euros, un precio que a los amantes del vino no les chirría, pero quizás sí a los que consideran que la cerveza solo vale unos pocos euros. Y el 80% de la producción, cómo no, cruza directamente el charco hacia Estados Unidos.
La Abbaye de Sant Bont Chien surgió en honor al gato de la fábrica. Un homenaje póstumo a un felino con personalidad de perro. En la BFM todo es un poco así. Todo tiene una historia peculiar detrás. El logo de la cervecera es una salamandra, que en la edad media se consideraba mágica al ser capaz de resistir el fuego. El almacén está lleno de barricas, con las referencias aún intactas, donde antes reposaron vinos y aguardientes. Cada una de las diez referencias tiene alguna historieta detrás, un particular homenaje a héroes que no lo fueron, a empleados que ya no volverán… Vamos, que la docena de trabajadores que forman la BFM sí son, en cierto modo, un grupo de amigos haciendo cerveza, como modo de vida, sí, y para consumo propio. Porque lo que allí se hace, también se embotella y se bebe. Y se etiqueta. Que el etiquetado también tiene su aquel. De diseños sencillos, nada convencionales, sorprende encontrarse en la etiqueta con un símbolo de prohibido planchar, al lado de un prohibido consumo para las embarazadas. Es otra las ocurrencias de Jérôme Rebetez, como señal de protesta por la obligación de las autoridades estadounidenses de ‘manchar’ su botella con un prohibido el consumo para embarazadas. Pero si quería exportar, debía incluirlo, así que… Ante la obligación, el sentido del humor. Y prohibido planchar mientras se bebe, se permite ir en carreta mientras se bebe… Todo lo que sale de la Brasserie des Frances es peculiar, por fuera, y por dentro. ¿Acaso hay tantas cervezas en el mundo con sabor a vino y que hayan surgido del sueño de un joven de 20 años?